La creencia de la iglesia apostólica referente a Jesús está bien resumida en la afirmación de Pedro de que Jesús es "el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mat. 16:16), y en la sencilla declaración de fe citada por Pablo: "Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo" (1 Cor. 12: 3).
Jesús Señor [Gr. κυριος kurios, equivalente aquí al Heb. Yahweh.
Los cristianos primitivos creían que Jesús era Dios en el más excelso sentido de la palabra, y hacían de esta creencia la piedra angular de su fe ("Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella". Mat. 16:18).
Ni "carne ni sangre" podían revelar o explicar esta verdad; debía ser aceptada por fe (Mat. 16: 17).
Esta certeza implícita de la iglesia primitiva acerca de la naturaleza divino-humana de Cristo (que implicaba en la creencia en un Dios trino) se fundaba en las enseñanzas explícitas de Jesús y los apóstoles.
Sin embargo, no pasaron muchos años desde que Cristo había ascendido al cielo, cuando "lobos rapaces" comenzaron a asolar el rebaño, y dentro de la iglesia misma se levantaron hombres que hablaban "cosas perversas" y arrastraron discípulos tras sí (Hech. 20: 29-30).
En este periodo encontramos dos grupos:
1) De origen judío, enfatizaban la humanidad de Jesús en detrimento de su divinidad.
2) De origen grego, enfatizaban la divinidad de Jesús en detrimento de su humanidad.